DE LA MANO DE LA ENFERMEDAD Y EL DOLOR
Su voz imperceptible dejaba escapar un susurro de sus labios.
Me muero…… decía, mientras afuera empezaba a caer la lluvia. El día se había empañado y se había tornado gris y triste.
Conocí a Nancy al año de llegar a Ibarra, ella tenía cáncer de colon. Le visitaba todos los viernes; durante dos años fui testigo de cómo se fue extinguiendo su vida. (Un calvario ya conocido para mi). Durante este lapso de tiempo aprendí a confortar, consolar y a dar esperanza en la visita de los enfermos aquellos lejanos viernes.
El sacerdote u ministro de este acto supremo de caridad ha de intentar desnudar el conocimiento de fórmulas hechas y dichas una u otra vez hasta el cansancio a enfermos terminales. Aprendí a pulso, a sufrir con el enfermo, a dejar de lado tópicos manoseados una y otra vez para esas situaciones, yendo al compás de sufrimiento y transmitir paz y esperanza.
Nancy fue una mujer que había vivido su vida con muchos vaivenes. La plenitud la vivió en la década de los ochenta y parte de los noventa, juventud alocada con los parámetros y medio ambiente de esa época, amigas, bares, discotecas que le dejaron una relación con un joven de alegre talante, pero falto de responsabilidad para asumir la vida con entereza. Producto de ello un hijo ya adulto, que era consuelo para Nancy y también parte de su cruz.
Siempre generosa nos obsequiaba con miel a Miryam (amiga de juventud) y a un servidor cuando íbamos a visitarla. La apicultura era su trabajo, pero también una terapia para la depresión y la soledad. Vivía en una casa estilo hacienda en una de las márgenes de la laguna de Yaguarcocha. Una casa que en su momento hubo causado admiración. Herencia de su suegro, un conocido periodista de Ibarra. Hoy la casa y su dueña fenecían, la una en el marasmo de recuerdos de tiempos idos y la otra atenazada por despiadada enfermedad. Los únicos consuelos que tenían era la ternura de su nieta que venía de cuando en cuando a visitarle y la otra el poder ver desde su ventana los atardeceres en la mítica laguna que brindaban a su alma sosiego y paz en medio de su atroz dolor.
Oraba y le decía que ofrezca a Dios también este sufrimiento, Dios está por encima de nuestros prejuicios y a veces de nuestra visión dura de la ley y del evangelio. Ella sólo era una moribunda que quería paz.
Con Nancy aprendí el difícil arte de escuchar y de escuchar a un alma sufrida, narraciones cargadas de melancolía; tenía que levantarme y disimular ir al baño para que no me vea llorar. En muchas ocasiones veía a mi madre en ella, misma enfermedad y sufrimientos parecidos. Aprendí a pedir a Dios no milagros sino fortaleza, a doblar rodillas por el otro. La comunión era recibida con fruición y devoción, era el gozar de los consuelos de Dios en medio de tanto dolor.
Recibió la Unción en paz, un hilo de vida aún ataba su alma al cuerpo, una lágrima se deslizó por su mejilla derecha, mientras su mirada se perdía en la laguna y el verdor que rodeaba la casa.
La vida de Nancy se apagó un 8 de marzo del 2019, se fue en silencio, quedamente. Su alma voló junto a “Papito Dios” como solía llamarle, a un encuentro tan deseado que había franqueado el miedo a la muerte para unirse a su creador.
Hno. Jimmy Celi
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