CAPACES DE UN COMPARTIR MISERICORDIOSO
A todos los hermanos ante la fiesta de San Francisco
Queridos hermanos: Paz y Bien.
Cercana ya la fiesta de san Francisco, os envío estas palabras con la finalidad de animaros a la celebración de ese día.
En el proceso de la elaboración de la Ratio Formationis se nos animó a tomar el capítulo primero como un texto base para un día de retiro, de reflexión fraterna, etc. Es un capítulo que entrelaza la historia de Francisco con la nuestra, teniendo como trasfondo la vida de Jesús, que ilumina e inspira carismáticamente el presente y el futuro de nuestra formación. Volver sobre ese capítulo, a nivel personal o fraterno, es un buen modo de celebrar el día de nuestro padre. En este capítulo se nos recuerda que “los encuentros son las experiencias más importantes de la vida de Francisco. Nada acontece por casualidad, sino que todo sucede en tiempos y lugares concretos: Francisco, cuando está buscando su camino, es conducido a las periferias de Asís. Fuera de los muros de la ciudad, en la pequeña ermita de san Damián, puede escuchar mejor la Palabra y, desde ella, encontrarse con los leprosos y seguir a Cristo pobre y desnudo” (Ratio Formationis, 17).
En este último trienio, ante la tarea de realizar un nuevo Plan Provincial, la minoridad nos ha servido de base para nuestros encuentros provinciales de reflexión y proyección de la vida de la Provincia. Al volver sobre la vida de Francisco hemos recordado, de la mano de Nikaus Kuster, que el Poverello escogió no colocarse en lo alto o en el centro de la ciudad de Asís, sino en lo bajo y al margen de ella, donde estaban aquellos que pedían una cercanía de misericordia. Él no buscó ponerse sobre los otros, ni bajo los otros, sino al lado de los otros.
Cada vez que volvemos sobre nuestros orígenes y sobre la experiencia y figura de Francisco de Asís, de alguna manera volvemos a preguntarnos si el sueño de Francisco constituye todavía una posibilidad real para nosotros. O mejor: si es un sueño soñable, posible, como referencia para pensar, juzgar y orientar nuestra vida. Nos preguntamos cuál es el último y verdadero sueño que marca y orienta nuestra vida cristiana de forma personal y comunitaria.
Al comienzo de su ministerio el papa Francisco soñaba, quería, pastores con olor a oveja. Quería una Iglesia de puertas abiertas, para poder salir y entrar y, en el último Capítulo General, nos pedía que los frailes fuéramos hombres de reconciliación, de oración sencilla y cercanos a la gente. Eso es lo que nos pide la Iglesia a los Capuchinos. Desde estos deseos del Papa sentimos que es necesario abrir las puertas de nuestras casas para hacer de ellas lugares de hospitalidad humana y de acogida cristiana.
También es importante el olor que desprendemos. No solo hemos de oler a oveja, sino que hay otros olores que han de configurar nuestra vida. “Los hermanos no debemos oler a incienso, sino a tierra. Debemos manchar nuestras manos sumergiéndolas en la humildad y aridez de un jardín convertido para muchos en lugar de inseguridad y miedo. Mancharse las manos significa dejarse tocar y herir por las espinas que han invalidado aquella tierra dada por Dios a nosotros y por nosotros transformada en un lugar inhóspito. Mancharse las manos significa, con humildad y simplicidad, pero también con generosidad y pasión, intentar hacer de este lugar jardín de vida en el que viven hermanos liberados de la tentación del poder y del dominio y capaces de un compartir misericordioso”.[1]
Nuestras formas visibles, que se concretan en opciones económicas y estructurales de vida personal y comunitaria, son los modos fundamentales para efectuar un verdadero contacto con la gente. Nuestro modo de vivir la “pobreza y minoridad franciscanas” debe ser conjugado y ligado a la palabra “compartir”. La herencia que nuestra historia nos ha dejado por medio de la fraternidad capuchina, que nos hace ricos y seguros, debe ser una oportunidad para hacer algo profético a favor de este mundo, y no un lugar de pereza y desinterés envuelto en cierta dosis de religiosidad.
Que seamos capaces de hacer de nuestras obras y espacios vitales lugares de acogida en los cuales ofrecer refugio contra la soledad del mundo dando una palabra de esperanza. Al mismo tiempo, estamos llamados a entrar en las casas de la gente, permanecer como hombres entre la gente, apasionados por su suerte y solidarios con sus esperanzas.
Recibid mi saludo de hermano
[1] Pietro Maranesi, Un río que encuentra su cauce. Dos estudios sobre el franciscanismo primitivo. ESEF Madrid 2016. p. 189
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