Ojos misericordiosos
Queridos hermanos: Paz y Bien
Se acerca la fiesta de San Francisco y deseo enviaros estas palabras para animaros a vivir este día y toda nuestra existencia desde los valores y actitudes que Francisco descubrió y transmitió a sus hermanos.
Como punto de partida de esta carta vienen a mi memoria dos imágenes, dos textos. La oración de la Salve, en la que pedimos “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos” y la Carta de Francisco a un ministro: “que no haya en el mundo hermano que se aleje jamás de ti, después de haber visto tus ojos, sin tu misericordia”.
Tal vez estas palabras resuenan con más fuerza en mi interior ante lo que sucede en nuestro mundo, al tener presente algunas realidades de la fraternidad provincial y porque también este año para la Iglesia será el año de la misericordia, pues así lo ha querido y anunciado el Papa Francisco. En la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Misericordiae Vultus, escribe que “la misericordia es la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón… Es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia… se revela como la dimensión fundamental de la misión de Jesús”. (MV 9.10.20)
La misericordia está relacionada con los ojos, con nuestra manera de mirar a los demás y al mundo en el que vivimos. Se expresa a través de unos ojos llorosos, señal de que somos sensibles ante lo que acontece a nuestro derredor y nos duele, aunque también sintamos impotencia al experimentar que la solución a tantos problemas y conflictos no está en nuestras manos.
Día a día, a través de la información que nos llega desde medios de comunicación, somos conscientes de que desde hace tiempo no había un mapa de conflictos tan extenso y con tantos fuegos abiertos a la vez como el que tenemos en el presente. De algunos de ellos nos informan los medios de comunicación, mientras que otros se desarrollan en medio de un absoluto silencio mediático.
Ante este panorama creemos que es necesaria una reacción de los estados y de los organismos internacionales tanto en lo que respecta a la prevención como a la resolución de conflictos. Pero tampoco nosotros podemos quedarnos de brazos cruzados. Siguiendo el deseo del papa Francisco, en “este Año Santo podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea… En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad”. (MV 15)
Nuestra visión cristiana desde nuestra espiritualidad franciscana nos lleva a afirmar, en primer lugar, que el mundo es un mundo herido por la injusticia, pero a la vez llamado a vivir fraternalmente y, en segundo lugar, al convencimiento de que la humanidad aún posee la capacidad para construir nuestra casa común (LS 13).
Nuestra tradición creyente arranca desde el Antiguo Testamento con un pueblo que camina y que también un día huyó de la esclavitud y de la opresión (Dt. 5,15). El recordarlo nos debería llevar a entender que también hoy es necesaria la acogida y hospitalidad de los que viven esa misma experiencia. Porque no hacer nada, ser insensibles, pensar a que a nosotros no nos afecta, darles la espalda, es negar aquella humanidad que nos hermana.
La realidad es complicada y las soluciones también. Aun así, debemos fijarnos en Francisco para darnos cuenta de que son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior. Los Capuchinos siempre nos definimos y presentamos como “hombres del pueblo”. Acompañar en estos momentos al pueblo, al nuestro y al que llega, nos permite concretar la fraternidad y tratar de reconstruir la esperanza allí donde todo parece perdido.
Madrid, 11 de septiembre de 2015


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